Comenzó a andar, con paso nervioso y los ojos puestos en sus
zapatos. Sin destino, solo quería andar. No hay nadie en la calle pero se
siente observado, se encoje y esconde la mirada ante su propio reflejo. Poco a
poco cobra un paso firme, huele la determinación
en la indeterminación, y mira hacia
adelante.
No entró porque ya estaba dentro, la mujer sin rostro
pregunto una vez más.
- - ¿la certidumbre de lo falso?
- - La falsedad de lo cierto
Silenciosamente introdujo los datos en su blanquísimo ordenador.
La mujer sin rostro se le acerco, se puso de puntillas, y le dio un beso corto y profundo, con su boca
inexistente. La dio las gracias y continúo.
Se llevo la mano al pecho, de este brotaba vino. Con la yema
del dedo acaricio su tacto, era suave y limpio pero también duro y tosco, era
tangible e intangible, lo era todo, menos efímero, y ahora era suyo.
Se sumergió, nado entre las nubes y planeo el fondo del océano, aprendió de
reyes sin reino y huyo de reinos sin reyes, ahorco a las moiras con su propio
hilo, se enamoro de la juventud y exilio al tiempo, amo y perdió.
Al fin, se aproximo a él, lentamente, sin prisa, sosegado. Con
alivio puso su mano en su hombro y el se volvió, se miro a si mismo, contemplo
sus propios ojos y en ellos vio su alma,
un reflejo infinito de si mismo baila en su iris, se encontró con si mismo.
Alargo la mano y la estiro para llegar a rozarse, su sinónimo movió sin ganas
un dedo, y por un momento se tocaron.
Salió pero antes ya estaba fuera, caminaba nervioso y con la
cabeza gacha, huyendo de su propio reflejo. Sin destino, solo quería caminar,
para encontrarla de nuevo, atrapado en su sempiterna búsqueda, por la inspiración.
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