-¡Ya está!- exclamó, exultante, el niño.- Ya estás curado,
ahora puedes volver a tu sitio.
Colocó al raído peluche en la estantería, junto con todos
los muñecos rotos y reparados. Aquel oso era su favorito, el mejor regalo que
le habían hecho sus padres, justo antes de embarcarse en aquel avión. Tenía
arañazos y agujeros remendados y un ojo ligeramente torcido, pero era su osito
y eso no importaba.
El niño, vestido con el ancho pijama del orfanato, observó
la estantería, en busca de su próximo paciente. Muñecas con vestidos descosidos,
payasos con narices torcidas… todo eso era su especialidad.
Durante un rato, siguió interpretando el papel de, como a él
le gustaba llamarlo, doctor de corazones de mentira. Porque eso hacía él. De
vez en cuando, encontraba a un peluche deseoso de contarle sus penas y
desahogarse un rato.
En una ocasión, se había quedado toda una tarde charlando
con su osito, que, por cierto, se llamaba Botón. Botón le contó que siempre
había deseado ver osos de verdad, conocer a esos animales, de los que era
imagen y semejanza. Había llorado descontroladamente, lamentando no haber visto
nunca una cría de su especia en libertad. El niño le había escuchado,
asintiendo con la cabeza y soltando alguna que otra lágrima.
-Escucha, Botón. Yo te podría contar cómo es un oso de
verdad. Cómo es su hábitat, lo que comen… ¡Además conozco muchos cuentos sobre
osos! Sé que no es lo mismo, pero espero que esto te arregle un poco el
corazón…- dicho esto, comenzó un apasionado relato sobre osos pardos, polares y
pandas. Sobre grandes osos que cazaban personas y pequeños oseznos que
simplemente querían jugar con ellas.
Cuando el pequeño acabó de contar todo lo que sabía sobre
estos animales, le aseguró a Botón que algún día irían al zoo a ver osos de
verdad.
-Tenías razón. Ahora tengo el corazón más caliente y mucho
mejor, gracias.
Aquella noche, el niño se durmió con una sonrisa.
***
Ese día comenzó bien. No hacía sol y unas grandes nubes
cubrían el cielo como una bóveda misteriosa, pero se respiraba un increíble
ambiente de fiesta. El pueblo celebraba el centenario de su fundación, pero eso
ahora no es importante.
Todos los niños del orfanato salieron a dar un paseo y a
observar los desfiles y celebraciones. Sin embargo, había un niño aferrado a un
osito de peluche al que no le interesaban las fiestas.
-¡Quiero ser un doctor de corazones de verdad!- Había
pensado, contundente, esa mañana.- Quiero hacer felices a las personas, al
igual que hago con los peluches. Será divertido, ¿verdad, Botón?
-Seguro que lo haces muy bien, pequeño. Sólo tienes que
contarle esas historias que nos hacen soñar.
Todos los muñecos de la estantería asintieron y le
sonrieron. Así que esa mañana, mientras todos los demás huérfanos miraban
embelesados la lluvia arcoíris que caía sobre sus cabezas, nuestro niño se
escabulló por una callejuela, sin dejar de sonreír. Lo primero que vio fue un
señor elegantemente vestido que miraba nerviosamente su reloj.
-Perdone señor- le dijo el niño, bullendo de emoción. De
repente, se quedó en blanco. El señor le dirigió una mirada de superioridad que
heló la sangre del niño.
-¿Quieres algo? Ahora mismo no tengo tiempo para juegos- le
espetó, con tono agrio.
-Yo…lo siento. Me preguntaba si necesitaría usted ayuda con
su corazón.
-¿Corazón? No necesito, ni he necesitado nunca ayuda con él.
¡Lo único que necesito ahora es tiempo! Lanzaba constantemente miradas al reloj
de oro que le colgaba del cuello.- Niño, el tiempo es tan dorado como este
reloj, tan rápido como una gota de luz en la oscuridad, pero es también oscuro
e inusitado. Y por eso, es tan precioso e inalcanzable…
El niño se quedó desconcertado ante tal discurso, pasional y
profundo, pero sonrió y dijo:
-¡Yo podría contarle mil y una historias sobre el tiempo! ¡Son
mis favoritas! Como ha dicho usted, el tiempo es precioso y esconde muchos
secretos. Sé una antigua leyenda sobre un barco cargado de tiempos y épocas
que…
-Oh, por favor. ¿Historias? ¿Quién necesita historias? Eso
es precisamente a lo que me refería. Una gran pérdida de tiempo irreparable e
imperdonable…- Y dicho esto, se marchó con paso airado.
Una lágrima rodó por sus mejillas.
-Botón, ¿has oído eso? Yo pensé que sería una buena idea…
-Tranquilo, ya habrá más gente que quiera sus servicios,
doctor- le consoló Botón desde su bolsillo.
Niño y oso anduvieron por el pueblo, escuchando la
estridente música de feria de fondo. Poco después se toparon con un vagabundo
apostado en un portal.
-Buenos días señor. Me preguntaba si usted necesitaría la
ayuda de una historia para arreglar su corazón.
-¡Ja, ja, ja! ¡No
digas tonterías, niño! En mi situación, me vendría mejor una comida suculenta y
un lugar donde dormir…- se burló, mientras enseñaba sus dientes negros.
-Eh… Me temo que no le puedo proporcionar eso… Pero conozco
la historia de un rey y un mendigo...
-Seguro que es
apasionante, pero comprende que no tengo lo que necesito- el vagabundo
alzó la mirada al cielo cargado de lluvia que les cubría.- No creo que una
historia me lo proporcione…
-¡Ah! ¡Pero no me ha entendido!- río el niño, aliviado.- Yo
he dicho que sanaría su corazón. Una historia no puede darle comida o un hogar,
eso no son deseos del corazón, sino de la mente. Una historia puede
proporcionarle sentimientos y emociones, hacerle soñar y reír y viajar…
-Pero yo no necesito nada de eso, niño. Ahora lárgate, está
apunto de llover…
El niño volvió cabizbajo al orfanato, con la angustia
encerrada en su pecho.
Aquella noche charló con Botón durante horas enteras, sin
contar historias ni sueños. Simplemente hablaron sobre el mundo que habían
conocido ese día.
-¿Sabes, Botón? Creo que, sin duda, los corazones de verdad
son más difíciles de sanar…
Andrea Moldes (Navarra)
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