Los peatones nos miraban
asustados. Supongo que creían que nos íbamos a matar de un momento
a otro. Otros, incluso, miraban divertidos y curiosos, pensando de
dónde habían salido esos temerarios. Los coches tocaban el claxon
cada dos por tres, pero, en esos momentos, nada importaba. Solamente
éramos él y yo, subidos encima de un vehículo que ni tan siquiera
podía denominarse bicicleta (los años pasan factura a todo el
mundo: personas, animales, bicicletas...).
Justo en ese momento, nos
adentramos en un charco de agua de lluvia y nuestros zapatos quedaron
empapados. En ese mismo instante, nos vimos reflejados en esa charca.
Una gran sonrisa llenaba ambas caras. Él, cuando vio lo bien que me
lo estaba pasando, cogió más velocidad. Ahora, no solamente las
personas de la calle pensaban que nos mataríamos, sino que a mi
también se me pasó esa trágica idea por la cabeza hasta que, él,
al notar mis manos temblar sobre sus espaldas, me acarició el muslo
suavemente para tranquilizarme. La adrenalina me subió
como el humo por dentro de una chimenea, cosa que no entendía.
Éramos mejores amigos desde hacía más de dos años, pero pensé
que sería cosa de la velocidad a la que íbamos, así que no me
preocupé demasiado.
Barcelona era un lugar
precioso. No sé porqué me negué y le dí la paliza a mi madre para
quedarnos en Mallorca. Supongo que fue culpa de la separación de
ella y mi padre, al que, desgraciadamente, no he vuelto a ver. Mi
hermano Juan se quedó con él, y yo, al ser más pequeña, con mi
madre. Ella me decía que era por cuestiones de trabajo, pero yo supe
desde el principio que era por culpa de sus constantes peleas. Cuando llegué a la gran ciudad, capital
de Cataluña, no conocía a nadie y no conocí a nadie en mucho
tiempo, ya que llegamos durante las vacaciones de verano. Al empezar de nuevo el
instituto, le conocí. Él, Nil, fue, desde ese día, mi mejor amigo.
Recuerdo aún cuando me hizo una visita turística por Barcelona. Que
si Parc Güell, que si Sagrada Família, que si Montjuïc... eso sí,
lo que más me gustó fue el Camp Nou... ¡¡¡ Que pasada de
estadio!!! Y después hablan del Santiago Bernabeu...
La frenada brusca de Nil
me despertó de mis pensamientos. Se ve que la policía nos paró
porqué íbamos demasiado rápido. Nil estaba más rojo que un
tomate, o, como él dice, como un “tomàquet”. Asentía con la
cabeza avergonzado, como un cachorrito asustado. Me gustaba
imaginarme la conversación entre él y el policía: un hombre que
parecía un armario, con una cara de pocos amigos que no os podéis
imaginar. “Sí, señor policía”, “la próxima vez iremos con
más cuidado”...
Cuando se fue y Nil subió
de nuevo a la bicicleta, nos empezamos a reír. Decidió acompañarme
a casa, en lugar de tener que coger el bus, ya que la noche había
caído ya sobre nosotros.
En el portal de casa,
recordamos todos los buenos momentos que habíamos pasado aquella
tarde, y así, sin avisar, Nil me besó. Segundos más tarde, salió
corriendo. “Cobarde”, pensé, sonriendo como una boba.
A partir de ese día, Nil
y yo... bueno, pero eso ya es otra historia...
Maria Victory Cirer
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