A mí, me gusta mucho bailar. O al menos, intentarlo. Y soltarme el pelo a la vez que me dejo ir por la música - y por la vida -.
Cuando te conocí, estabas muy serio a mi gusto.
Intenté arrimarte a mi mayor recurso, y te saqué a bailar.
Parecía que disfrutabas de la música; tarareabas e incluso cantabas alguna parte de nuestra canción. Y a mí, me animabas aún más a bailar, a bailarte; a conjugar todos esos verbos acabados en "-arte".
Conseguiste idiotizarme, conseguiste que me aprendiera todos y cada uno de esos versos - y besos - que salían de tus labios. Y tú, tú aprendiste a tocar esos acordes escondidos tras mis lunares, de memoria, creando una dulce partitura llena de silencios.
Pero a veces... A veces, ibas tan sumido en la melodía triste que resonaba de fondo que perdías el ritmo. En una de esas, acabamos tropezando. La vida - me - pisó mis dos pies izquierdos.
Cuando te conocí, estabas muy serio a mi gusto.
Intenté arrimarte a mi mayor recurso, y te saqué a bailar.
Parecía que disfrutabas de la música; tarareabas e incluso cantabas alguna parte de nuestra canción. Y a mí, me animabas aún más a bailar, a bailarte; a conjugar todos esos verbos acabados en "-arte".
Conseguiste idiotizarme, conseguiste que me aprendiera todos y cada uno de esos versos - y besos - que salían de tus labios. Y tú, tú aprendiste a tocar esos acordes escondidos tras mis lunares, de memoria, creando una dulce partitura llena de silencios.
Pero a veces... A veces, ibas tan sumido en la melodía triste que resonaba de fondo que perdías el ritmo. En una de esas, acabamos tropezando. La vida - me - pisó mis dos pies izquierdos.
Y yo caí de bruces,
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