Hola, ¿me reconoces? Sueles sonreírme todos los días.
Llegas cada mañana con un enorme destello adornando tu cara, escrutando con tu mirada curiosa todo el local, analizando a todas las personas que merodeaban por ahí, fijándote incluso en el más mínimo detalle.
Te sientas en la misma mesa al lado de uno de los grandes ventanales que dan a la gran ciudad y pides una taza bien humeante de café y un donut. Y sacas tus auriculares y una pequeña libreta violeta que te dice "nunca pares de soñar" en la que escribes mientras picoteas el dulce.
No hay qué o quién que te desconcentre ni te saque del trance en el que te sumerges cuando te inundas de esas letras que hay en esos folios. A veces, dejas incluso que esas palabras se desborden de tus ojos, dejando un rastro de rímel. Entonces, me suelo fijar en tus mejillas - las cuales, por cierto, están adornadas por unas pecas y un ligero rubor precioso que te da un aire adorable - e interiormente me digo que son dos pequeños incendios a los que intentas apagar. Sinceramente, te veo muy fuerte en comparación a lo débil que pareces enfundada en esa bufanda de lana más grande que tú y desangrándote en tinta.
Me resulta irónico, ¿a ti no? Que las letras quieran dejar salir a gritos esos ecos silenciosos que las voces no pueden pronunciar. Mientras pensaba en ello, tropecé y acabé tirándote encima el zumo que habían pedido las chicas de la mesa que está al lado de la que te sientas. Normal que salieras enfadadísima, yo también lo haría; de hecho, ahora estoy enfadado hasta conmigo mismo, por haber sido idiota.
¿Chica de ojos café, me perdonarás?
- Ed.
Ainhoa Navarro
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