domingo, 18 de septiembre de 2016

Sálveme quien pueda

A veces no soy yo, busco un disfraz mejor.
Bailando hasta el apagón... 
¡Disculpad mi osadía! 

– Vetusta Morla, Valiente


Ya no recuerdo cómo era antes de mí misma, y ahora tengo depresión postraumática por culpa de ello. Y me resulta tan irónico como que me ría sólo por enseñar los dientes. 

Estoy frente al mar y su actitud nunca me ha resultado tan chocante como la mía, y por eso me río. Me río porque el agua fluye y yo no, y qué otra cosa me queda si no reírme o echarme a llorar para volver a casa y ahogarme. Soy consecuente de que me comporto como una niña pequeña, pero es que mi síndrome de Peter Pan nunca quiso crecer.

Por mucho que corro no consigo despegar ni mis pies ni mi imaginación del suelo, y también soy consciente de que voy a acabar comiéndome de bruces a mi mayor álter ego como siga intentándolo; menos mal que sólo estoy yo (en mi) presente para reír como un psicópata terminal antes de amar a su presa y para arrastrar mi cadáver hasta llevarlo de vuelta a la marea o a su hogar.

Hogar... Hace tanto que no pronuncio en voz alta esa palabra, que he olvidado cuáles eran sus abrazos. Creo que debería viajar en el tiempo, de verdad que no lo recuerdo porque me estoy olvidando de cómo era antes de ser yo misma. 

Menos mal que también soy una vagabunda, errante y pérdida, y no sé volver tras mis pasos. 

Una vez me dijeron que era «la caja negra de un romance en turbulencias». Les bailé los recuerdos por ingenuos: soy un ramo de espinas nerviosas en la mano de un enamorado que va a ser rechazado. Y todo porque no recuerda su nombre ni el de su amada. 

Menos mal que soy. Y estoy. Aquí.