domingo, 9 de abril de 2017

"Memoriae"


Aquel niño sostenía la hoz que su padre le había entregado antes de su marcha para que trabajara en el campo mientras regresaba. Pero el niño no era capaz de moverse. Sólo podía mirar la hoz fijamente.

De pronto la voz de una niña le despertó de su sueño.

-hola.-le dijo la niña.

-hola.-consiguió articular él.

-¿qué haces?- preguntó la niña.

El chico no pudo hacer otra cosa que alzar la vista para mirarla por primera vez. Reparó en su pelo, oscuro pero brillante como un rayo de luna en una noche oscura. Su piel era pálida, sus labios rosados y su voz limpia, casi etérea. Sin embargo lo que cautivó al chico no fue su voz, ni su piel, ni su sonrisa. Lo que atrajo de verdad la atención del chico fue su mirada. Una mirada que te traspasaba por dentro. Que le hizo parecer desnudo. Era una mirada profunda, tanto que había una tristeza perdida en esa profundidad casi imperceptible, pero existente.

-Sólo miro. Es la hoz de mi padre.

-Vaya. Y… ¿Dónde está tu padre?

En ese momento al chico se le cayó el alma al suelo. El corazón le dio un vuelco y sólo quería echarse a llorar, aunque por supuesto no lo hizo. Sólo miró a la niña que parecía tener su misma edad intentando explicarse el por qué de que esa pregunta hubiera llegado tan al fondo de su corazón. Otras personas ya le habían hecho esa pregunta antes, pero siempre había podido controlar sus emociones. ¿Por qué viniendo de ella parecía que una lanza le hubiese atravesado el pecho y se hubiera quedado atravesándole?

-Eh… yo…

Entonces, el chico se levantó y corrió a la granja de su madre. Se sintió como un auténtico cobarde, pero hubiera sido peor proseguir con esa conversación.

Al llegar a casa le preguntó a su madre por la chica que vivía en la parcela vecina, y su madre sólo negó con la cabeza y suspiró. “Su padre también se fue” pensó el chico. Y se sintió como un auténtico imbécil. Sólo subió a su cuarto, y durante las siguientes semanas, esa chica estuvo dentro de su mente sin querer salir. Cada noche antes de dormir pensaba en ella. Cada día al trabajar. Cada noche que miraba la Luna. Pero no volvió a verla… al menos en un tiempo.
 

 

Axael abrió los ojos de golpe. Sus alas se desplegaron en cuestión de milésimas de segundo. No sabía cuánto había estado dormido, pero ahora, en la oscuridad de esa celda, encadenado, empezaba a recordar una vida que parecía ser real. Esta vez si.

“Empiezo a recordarte.”

José J. Granados