miércoles, 27 de julio de 2016

Hagamos un experimento...

Hagamos un experimento.

Imaginad un paseo marítimo.
Con bares, mesas y gente cenando y paseando tranquilamente mientras disfruta de una dulce brisa que proviene del mar en una noche de verano.
 
Por ese paseo caminaba una niña disfrutando de su helado, apoyada en el pequeño muro que separa el paseo de la playa.
La niña estaba ensimismada. Solamente diré que sentía algo parecido a la soledad. Pensaba en su vida, y solamente en la suya. Ella no conocía más que el mundo en el que había crecido, y empezaba a creer que su vida era la historia que no debió empezar. 

(A partir de aquí comienza el experimento.)

La niña, que estaba concentrada en el helado hasta ese momento, alzó la vista por unos instantes y levantó las cejas en signo de sorpresa... Nerviosa, pasó la mirada por todas las personas que pudo. Su mirada se detuvo por primera vez en una familia que paseaba tomando un helado entre risas y bromas. De pronto, una mujer se cruzó con ellos y observó a toda la familia, especialmente a los dos hijos que disfrutaban de su helado. Al darles la espalda, su mirada se apagó, bajó la cabeza y comenzó a andar más lentamente.

Cerca de donde ahora se encontraba la mujer había un pequeño puesto de colgantes, collares y pulseras que atendía una mujer con piel oscura y mirada seria. En su rostro no había ningún rasgo de ningún tipo de emoción, exceptuando las sonrisas forzadas que le hacía a sus clientes cuando le preguntaban el precio (compraran o no) y un pequeño detalle casi imperceptible. Sus ojos brillaban especialmente y la luz se reflejaba en ellos como si fueran agua. Como la luna reflejándose en dos ríos que van a morir al mar.

Mirando los productos de la tienda había una joven de unos dieciséis años de cabello oscuro, con gafas y que no medía mucho más de metro  sesenta. Estuvo un rato viendo los productos del puesto y al terminar se dió la vuelta dispuesta a abandonarlo, cuando al girar casi se golpea con un chico más o menos de su edad, alto y con ojos azules. La joven se asustó y dio dos pasos para atrás. Él, la miró un momento y sonrío mirándola a los ojos. Ella simplemente se sonrojó y salió corriendo.

Detrás del puesto, en un portal estaba sentado otro joven un poco mayor que los anteriores. Sostenía un cigarro entre los dedos y al ver a los dos jóvenes le dio una calada y miró al suelo, suspiró y después al cielo. Reparó en algo que pareció importarle poco y le dio otra calada. Después miró de frente y vio a una señora muy bien vestida y con paso decidido. Parecía que tenía prisa...  Iba adelantando a la gente y mirando el reloj. Iba maquillada y probablemente olía muy bien.

De pronto la señora sacó el móvil y se puso a hablar por teléfono mientras intentaba nerviosa adelantar a una pareja de ancianos que no andaba muy deprisa.

Una vez adelantada la niña se fijó en la pareja de ancianos, que caminaban de la mano y sonreían mientras se miraban de vez en cuando.

La niña dejó de observarles y fijó la vista en su helado. Después alzó la vista para ver a la chica en la que se había fijado al principio sentada en un banco, y con el mismo brillo en los ojos que la mujer de piel oscura del puesto de colgantes. 

Bajando la vista, mientras se tocaba el vientre. 

A su lado se sentó un joven con pelo despeinado y gafas redondas (todo muy Lennon) que miraba el cielo con atención. Al reparar en la mujer y en el gesto de su mano, el hombre dijo unas palabras y se acercó a ella. La mujer le miró de reojo muy seria, pero después de que el hombre dijera unas palabras, ella sonrió. 
El hombre empezó a hablarla probablemente de cosas sin importancia y la hizo reír. Por último hizo un gesto señalando al cielo y los dos miraron hacia arriba. 

Después, él se levantó del banco y tendiendo su mano hacia ella hizo un gesto con la cabeza hacia su derecha. La mujer negó con la cabeza diciendo algo mientras se levantaba y su sonrisa se apagaba un poco. Él fijó su mirada un poco más preocupado que antes en el vientre de ella, pero el joven sonrió de nuevo y dijo algo que animó a la mujer. Luego apuntó algo en un papel que mostró a su compañera. 
Ella cogió el papel y sonriendo, le miró y se despidieron. Los dos se fueron en direcciones opuestas.  

La niña miró su helado y después alzó la cabeza para descubrir que la luna estaba llena y emanaba una luz... Distinta.
 
Al bajar la vista su mirada se cruzó con la de una mujer con el móvil en las manos que estaba apoyada en una pared al otro lado del paseo.
Ella también miraba el cielo hace un momento.

La niña lo entendió, no eran historias, eran vidas, y cada una, su propia historia. 
No era una vida, eran muchas. Y no era una historia, eran todas las que le rodeaban.
 
***

(Tal  vez después de contarte todo esto, sepas más de estas historias de lo que he escrito realmente... ¿Funcionó?)


José J. Granados (Madrid)

No hay comentarios:

Publicar un comentario