martes, 23 de agosto de 2016

Trenes que perder.

Hay arena entre todas las páginas de todos mis libros,
que no es más que el testimonio
de todo el tiempo que paso solo en la playa.

Tengo una colección de cafés que se han enfriado
mientras esperaba por la más sutil de las compañías,
que nunca acaba por llegar.

Guardo en las bolsas de mis ojos
cada minuto de vida nocturna que he pasado rodeado de fantasmas.

Fantasmas que nadie veía.

Porque no había nadie para verlos.

El frío no es más que la ausencia de calor en mi sangre,
ausencia que se cuela entre las grietas del alma
y dentro,
muy profundo,
anida en el corazón.

Un tren sin destino futuro,
sin destino,
sin futuro,
ha frenado mirándome caprichoso.
Como entrar es a la vez salir,
caigo en la trampa y dejo que el engaño
acabe siendo mi realidad.

No se mueve,
y sin embargo va tan rápido que estoy lejísimos de mí ahora mismo.

Ni me veo, ni me veo.
Y en el fondo está bien,
porque cada vez que me cruzo en mi camino
termino juzgándome y pisándome los cordones,
incapaz de no recordarme mis errores.

Y aun así,
¡qué soledad tan bonita tengo!
Que ni yo estoy conmigo cuando me necesito,
siendo lo único que me queda,
quedándome nadie,
quedándome nada,
Gritando en braille,
susurrando aire.

Con los ojos cerrados,
y las manos abiertas.


Omar García, Galicia

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