jueves, 6 de agosto de 2015

Cosas de la luna

 Miro al cielo cubierto por la bruma de la noche y como en un espejo me veo reflejado. Desde aquí puedo observar el universo y perderme en él, reflexionar. Estoy tumbado en la hierba, que pincelada con rocío me acaricia la piel al descubierto.
Un escalofrío. Se levanta algo de viento y se me alborota el cabello. Las nubes que cubren la luna desaparecen  dejando ver su penetrante brillo azulado residuo inevitable del brillo del sol. Un insecto se me posa en el brazo.
No quiero moverme. Me pica, otro escalofrío y se va. Al poco rato comienza a escocer. La luna sigue ahí, casi parece que mirándome. Que habrá notado en mi que no corre el manto de las nubes para evitarme?
Pienso en todo lo que habrá visto desde ahí, impotente y sin poder hacer nada, desposada por compromiso de conveniencia a la tierra.
Guerras,  amantes furtivos, robos, regalos, nacimientos, muertes, masacres y creaciones.
Me duermo por error, craso error. Esos minutos bastan para que la aparentemente estática luna desaparezca de mi campo de visión.
Me yergo, me rasco la reciente picadura y me provoco una pequeña herida.
-¿Luna? ¿Tan horrible fue mi descortesía al caer en el sueño que me has castigado con la negrura de tu ausencia?                          
Parece que va a llover. Me refugio en la espesura del bosque, siguiendo un sinuoso sendero, persiguiendo una luz en el cielo, esperando que sea la luna.
Poco a poco la vegetación es más y más frondosa. Si, va a llover. Tengo sed y la boca seca. Estoy cansado y tengo las piernas agarrotadas. Camino solo por un camino anónimo en el que a pesar de estar perdiéndome me siento cada vez más cerca de casa. Luna no aparece, a pesar de entrever su brillo ahora lechoso entre las altas copas de los árboles.
De pronto caigo.
Persigue al sol, que con toda la ventaja que le lleva, comienza a asomar por el horizonte.
Se supone que debería empezar a clarear, pero yo me sumo en una   oscuridad cada vez más espesa.  
Me siento a recuperar el aliento, que crea caracoles de humo blanco efímeros en la atmósfera. Incluso ellos me dejan.
Llevo toda la noche persiguiendo una quimera, un sueño infantil, algo inexistente y adictivo.
Ella no se aleja de mi, no se va enfadada como yo creía.
De nuevo el impertinente insecto, aprovechado de mi ensimismamiento se posa sobre mi brazo. Esta vez no me pica aun, si no que revolotea frente a mi cara, tratando de llamar mi atención.
Lo ignoro.
Me pica.
Estoy apesadumbrado. Como cargando un peso extra sobre mis hombros. Un peso que me aplasta hasta hacerme diminuto e invisible, intangible. Como la sombra del carbón más oscuro.        
Me rasco distraído la nueva picadura, abriendo un pequeño flujo de sangre.
El olor a sangre, el dolor, me recuerdan que sigo aquí. No puedo simplemente dejarme llevar.
Pero no hay fuegos fatuos, no hay sol ni luna, y los árboles se ciernen amenazadores sobre mí.          
-Luna, ¿Realmente prefieres a ese frio sol, antes que a este enamorado    humano? ¿tan poco significo para ti,    deliberado amante, que vas a dejarme morir en este bosque?
Nunca antes me había respondido, y esta vez no fue distinto. Pero el silencio fue aplastante. Tremenda y enormememente doloroso.
Omar García

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