miércoles, 22 de julio de 2015

Cómplices

Aquella tarde volví a encontrármela sentada a la orilla del río más cercana a la gran ciudad, callada. Como siempre, llorando. Lágrimas saladas y desordenadas, que demostraban un inmenso dolor, salían como cascadas de sus grandes ojos pardos. Y como siempre, también las intentaba cubrir dejando su media melena castaña suelta; dándole cierto aire frágil a aquella misteriosa chica.

Varias veces había sentido el impulso de acercarme a ella, conversar y darle un tremendo abrazo que parecía que necesitaba. Y ese impulso de sujetarla entre mis brazos para terminar de romperla y volver a colocarla, completando sus huecos vacíos con algunas de mis piezas, había vuelto a mí en ese momento. Lentamente, me había ido acercando a ella.

Cualquiera habría dicho que jugábamos al perro y al gato, o al gato y al ratón en aquel pequeño río a las afueras del bullicio; siempre cerca, aunque evitándonos.
Hasta yo lo había pensado en más de una ocasión, la luna y el sol. Incluso le había visto un cierto parecido; ella siempre pálida, solitaria, pero a la vez tan grande e iluminando tantas noches, invitando a los monstruos a salir y danzar con ella. Aquella noche decidí quedarme con ella. Bendita noche la de aquel día. Nunca más volví a saber de ella. Pero sus recuerdos, ocultos desde aquella madrugada bajo mi almohada, me susurran su tragedia.

Noche tras noche, esos recuerdos son empujados por los monstruos; sus adiestrados monstruos, hacia mi cabeza. Contándome cada capítulo de su pobre y corta historia, haciendo que sienta todos y cada uno de sus infinitos suspiros, que salían de aquel infierno helado que era aquella máquina latente a un compás a la que ella llamaba "corazón".

Los monstruos, mientras me narran, con pelos y señales cada una de sus lágrimas, van saliendo de debajo de mi cama y se tumban en ella, junto a mí. Enredan sus pequeñas patas en mis rizos y me acarician, se comportan como personas. Y sus historias comienzan a cobrar vida, en las paredes de mi mente. Y la toman a ella como protagonista.  Ellos intentan adivinar también el porqué estaba muerta en vida y el motivo de que ahora esté muerta. Y se deslizan sobre mi cama, columpiándose en mi cabello, jugando con mi mente y bailando con los recuerdos que, despacio, salen también de la almohada y se funden en mi coraza, mi corazón.

Hoy, he llegado a la conclusión de que esos monstruos que me acompañan por las noches, son sus cómplices. Indudablemente, tras verlos llorar antes de caer en los brazos de Morfeo, me han demostrado que también sienten, que quieren cambiar; y me han recordado a personas.

Antes de morir por un rato y reunirme con ella, los cómplices cierran sus ojos y sueñan con una nueva vida, recordando aquellos momentos en los que eran ángeles con las alas rotas, heladas o con un miedo increíble a las alturas que les impedía volar; mucho antes de que quedaran prisioneros convenientes de las pesadillas bajo las camas, haciéndole compañía a El Coco.

Esta noche, los he sentido muy cerca, y no me he sentido tan sólo. Esos pequeños monstruos que han habitado conmigo desde que la conocí, han congeniado con mis complejos, e incluso suelen ir de su mano. Y entonces, he llegado a la teoría de que, aunque aquella chica no lo sabía, no estaba sola. Ni nadie realmente lo está.

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