sábado, 4 de julio de 2015

Sentimientos plantados


Son días duros, fríos, como si el sol ya no quisiese anunciar el comienzo de un nuevo día. Pero allí estaba ella, levantándose todas las mañanas y aunque apagada por una profunda tristeza, seguía luchando, aferrándose a la idea de que algún día cambiaría el curso de su vida y se levantaría con una cálida sonrisa. Pero tras unos muy largos meses de intenso dolor, su esperanza parecía difuminarse, como si el viento la cogiera presa e hiciera abandonar un cuerpo que tanto la necesitaba. Alice se sentía vacía, etérea, muerta en vida.
Su pelo castaño como la madera de un árbol joven en una traviesa primavera, pero tras aquello, la luz que irradiaba se apagó, su mirada de ojos azules, risueños y atrevidos pasó a ser una mirada melancólica, muerta.Sus facciones se endurecieron como quien madura demasiado pronto. El dolor sentido le desgarró el alma y se hundió cuando se percató estaba sola en este cruel mundo, no había nadie ni nada para ayudarla a ponerse de nuevo en pie y levantar la cabeza. La habían abandonado como un barco a la deriva en un inmenso océano.
Le quedaba poco sustento en aquel gélido invierno. Tan solo le quedaba plantar las semillas que aquel sabio le ofreció cuando no le quedaba a nadie a quien contarle sus penas. Él decía que aquellas semillas podían matarla de hambre si seguía triste o mantenerla de por vida con su felicidad ( algo que hacía mucho tiempo que no sentía ), todo dependía de sus sentimientos. Alice las cogió con la intención de que las cosas cambiaran, pero no fue así. Todas las mañanas plantaba una semilla con la  ilusión de que saliera una hermosa planta frutal que le mantuviese y que le demostrara que era feliz y no aquellas abominaciones ajenas a la creación, aquellas a las cuales la tierra no acogía en su seno, se conocían como plantas carnívoras.
No quería seguir viviendo entre sombras en aquellas inmensa oscuridad que le envolvía, quería tener al menos una luz errando en la penumbra, un guía en ese laberinto de incertidumbre, algo.
Solo una fina niebla se interponía en entre el cielo y la tierra y los rayos lunares se filtraban tímidamente entre la niebla en aquella noche que sería el comienzo de una nueva vida.
Una llama se encendió dentro de ella diciéndole que había que cambiar. Dejó la tristeza a un lado dejando paso a un torrente nuevas sensaciones que le convencieron de que había llegado ese momento tan ansiado. No se lo pensó dos veces. Se fue sin despedirse de su antigua vida solo con las semillas, con las ganas de ser libre, de empezar de cero lejos de aquel oscuro y maldito lugar, aún sabiendo que su corazón seguiría encadenado a la carga que nunca se quitaría de encima: la muerte de su hijo.


Carlos Adán

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