miércoles, 22 de julio de 2015

Por las calles de Barcelona

Las viejas ruedas de su bicicleta avanzaban a la velocidad de la luz por las calles de Barcelona. Su melena castaña rompía todas las reglas de belleza y sus ojos penetraban los míos como una dulce pistola. Nunca había conocido una persona tan loca como él, y eso, me encantaba.

Los peatones nos miraban asustados. Supongo que creían que nos íbamos a matar de un momento a otro. Otros, incluso, miraban divertidos y curiosos, pensando de dónde habían salido esos temerarios. Los coches tocaban el claxon cada dos por tres, pero, en esos momentos, nada importaba. Solamente éramos él y yo, subidos encima de un vehículo que ni tan siquiera podía denominarse bicicleta (los años pasan factura a todo el mundo: personas, animales, bicicletas...).

Justo en ese momento, nos adentramos en un charco de agua de lluvia y nuestros zapatos quedaron empapados. En ese mismo instante, nos vimos reflejados en esa charca. Una gran sonrisa llenaba ambas caras. Él, cuando vio lo bien que me lo estaba pasando, cogió más velocidad. Ahora, no solamente las personas de la calle pensaban que nos mataríamos, sino que a mi también se me pasó esa trágica idea por la cabeza hasta que, él, al notar mis manos temblar sobre sus espaldas, me acarició el muslo suavemente para tranquilizarme. La adrenalina me subió como el humo por dentro de una chimenea, cosa que no entendía. Éramos mejores amigos desde hacía más de dos años, pero pensé que sería cosa de la velocidad a la que íbamos, así que no me preocupé demasiado.

Barcelona era un lugar precioso. No sé porqué me negué y le dí la paliza a mi madre para quedarnos en Mallorca. Supongo que fue culpa de la separación de ella y mi padre, al que, desgraciadamente, no he vuelto a ver. Mi hermano Juan se quedó con él, y yo, al ser más pequeña, con mi madre. Ella me decía que era por cuestiones de trabajo, pero yo supe desde el principio que era por culpa de sus constantes peleas. Cuando llegué a la gran ciudad, capital de Cataluña, no conocía a nadie y no conocí a nadie en mucho tiempo, ya que llegamos durante las vacaciones de verano. Al empezar de nuevo el instituto, le conocí. Él, Nil, fue, desde ese día, mi mejor amigo. Recuerdo aún cuando me hizo una visita turística por Barcelona. Que si Parc Güell, que si Sagrada Família, que si Montjuïc... eso sí, lo que más me gustó fue el Camp Nou... ¡¡¡ Que pasada de estadio!!! Y después hablan del Santiago Bernabeu...

La frenada brusca de Nil me despertó de mis pensamientos. Se ve que la policía nos paró porqué íbamos demasiado rápido. Nil estaba más rojo que un tomate, o, como él dice, como un “tomàquet”. Asentía con la cabeza avergonzado, como un cachorrito asustado. Me gustaba imaginarme la conversación entre él y el policía: un hombre que parecía un armario, con una cara de pocos amigos que no os podéis imaginar. “Sí, señor policía”, “la próxima vez iremos con más cuidado”...
Cuando se fue y Nil subió de nuevo a la bicicleta, nos empezamos a reír. Decidió acompañarme a casa, en lugar de tener que coger el bus, ya que la noche había caído ya sobre nosotros.

En el portal de casa, recordamos todos los buenos momentos que habíamos pasado aquella tarde, y así, sin avisar, Nil me besó. Segundos más tarde, salió corriendo. “Cobarde”, pensé, sonriendo como una boba.

A partir de ese día, Nil y yo... bueno, pero eso ya es otra historia...
 
 
 
                                                                                                Maria Victory Cirer

No hay comentarios:

Publicar un comentario