miércoles, 8 de julio de 2015

El doctor de corazones de mentira

-¡Ya está!- exclamó, exultante, el niño.- Ya estás curado, ahora puedes volver a tu sitio.
Colocó al raído peluche en la estantería, junto con todos los muñecos rotos y reparados. Aquel oso era su favorito, el mejor regalo que le habían hecho sus padres, justo antes de embarcarse en aquel avión. Tenía arañazos y agujeros remendados y un ojo ligeramente torcido, pero era su osito y eso no importaba.
El niño, vestido con el ancho pijama del orfanato, observó la estantería, en busca de su próximo paciente. Muñecas con vestidos descosidos, payasos con narices torcidas… todo eso era su especialidad.
Durante un rato, siguió interpretando el papel de, como a él le gustaba llamarlo, doctor de corazones de mentira. Porque eso hacía él. De vez en cuando, encontraba a un peluche deseoso de contarle sus penas y desahogarse un rato.
En una ocasión, se había quedado toda una tarde charlando con su osito, que, por cierto, se llamaba Botón. Botón le contó que siempre había deseado ver osos de verdad, conocer a esos animales, de los que era imagen y semejanza. Había llorado descontroladamente, lamentando no haber visto nunca una cría de su especia en libertad. El niño le había escuchado, asintiendo con la cabeza y soltando alguna que otra lágrima.
-Escucha, Botón. Yo te podría contar cómo es un oso de verdad. Cómo es su hábitat, lo que comen… ¡Además conozco muchos cuentos sobre osos! Sé que no es lo mismo, pero espero que esto te arregle un poco el corazón…- dicho esto, comenzó un apasionado relato sobre osos pardos, polares y pandas. Sobre grandes osos que cazaban personas y pequeños oseznos que simplemente querían jugar con ellas.
Cuando el pequeño acabó de contar todo lo que sabía sobre estos animales, le aseguró a Botón que algún día irían al zoo a ver osos de verdad.
-Tenías razón. Ahora tengo el corazón más caliente y mucho mejor, gracias.
Aquella noche, el niño se durmió con una sonrisa.
***
Ese día comenzó bien. No hacía sol y unas grandes nubes cubrían el cielo como una bóveda misteriosa, pero se respiraba un increíble ambiente de fiesta. El pueblo celebraba el centenario de su fundación, pero eso ahora no es importante.
Todos los niños del orfanato salieron a dar un paseo y a observar los desfiles y celebraciones. Sin embargo, había un niño aferrado a un osito de peluche al que no le interesaban las fiestas.
-¡Quiero ser un doctor de corazones de verdad!- Había pensado, contundente, esa mañana.- Quiero hacer felices a las personas, al igual que hago con los peluches. Será divertido, ¿verdad, Botón?
-Seguro que lo haces muy bien, pequeño. Sólo tienes que contarle esas historias que nos hacen soñar.
Todos los muñecos de la estantería asintieron y le sonrieron. Así que esa mañana, mientras todos los demás huérfanos miraban embelesados la lluvia arcoíris que caía sobre sus cabezas, nuestro niño se escabulló por una callejuela, sin dejar de sonreír. Lo primero que vio fue un señor elegantemente vestido que miraba nerviosamente su reloj.
-Perdone señor- le dijo el niño, bullendo de emoción. De repente, se quedó en blanco. El señor le dirigió una mirada de superioridad que heló la sangre del niño.
-¿Quieres algo? Ahora mismo no tengo tiempo para juegos- le espetó, con tono agrio.
-Yo…lo siento. Me preguntaba si necesitaría usted ayuda con su corazón.
-¿Corazón? No necesito, ni he necesitado nunca ayuda con él. ¡Lo único que necesito ahora es tiempo! Lanzaba constantemente miradas al reloj de oro que le colgaba del cuello.- Niño, el tiempo es tan dorado como este reloj, tan rápido como una gota de luz en la oscuridad, pero es también oscuro e inusitado. Y por eso, es tan precioso e inalcanzable…
El niño se quedó desconcertado ante tal discurso, pasional y profundo, pero sonrió y dijo:
-¡Yo podría contarle mil y una historias sobre el tiempo! ¡Son mis favoritas! Como ha dicho usted, el tiempo es precioso y esconde muchos secretos. Sé una antigua leyenda sobre un barco cargado de tiempos y épocas que…
-Oh, por favor. ¿Historias? ¿Quién necesita historias? Eso es precisamente a lo que me refería. Una gran pérdida de tiempo irreparable e imperdonable…- Y dicho esto, se marchó con paso airado.
Una lágrima rodó por sus mejillas.
-Botón, ¿has oído eso? Yo pensé que sería una buena idea…
-Tranquilo, ya habrá más gente que quiera sus servicios, doctor- le consoló Botón desde su bolsillo.
Niño y oso anduvieron por el pueblo, escuchando la estridente música de feria de fondo. Poco después se toparon con un vagabundo apostado en un portal.
-Buenos días señor. Me preguntaba si usted necesitaría la ayuda de una historia para arreglar su corazón.
-¡Ja, ja, ja! ¡No digas tonterías, niño! En mi situación, me vendría mejor una comida suculenta y un lugar donde dormir…- se burló, mientras enseñaba sus dientes negros.
-Eh… Me temo que no le puedo proporcionar eso… Pero conozco la historia de un rey y un mendigo...
-Seguro que es  apasionante, pero comprende que no tengo lo que necesito- el vagabundo alzó la mirada al cielo cargado de lluvia que les cubría.- No creo que una historia me lo proporcione…
-¡Ah! ¡Pero no me ha entendido!- río el niño, aliviado.- Yo he dicho que sanaría su corazón. Una historia no puede darle comida o un hogar, eso no son deseos del corazón, sino de la mente. Una historia puede proporcionarle sentimientos y emociones, hacerle soñar y reír y viajar…
-Pero yo no necesito nada de eso, niño. Ahora lárgate, está apunto de llover…
El niño volvió cabizbajo al orfanato, con la angustia encerrada en su pecho.
Aquella noche charló con Botón durante horas enteras, sin contar historias ni sueños. Simplemente hablaron sobre el mundo que habían conocido ese día.

-¿Sabes, Botón? Creo que, sin duda, los corazones de verdad son más difíciles de sanar…
Andrea Moldes (Navarra)

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