jueves, 9 de julio de 2015

Payaso triste (Comienza el espectáculo)


(Da inicio el primer acto)
(Se abre el telón)
Su triste mueca reflejaba toda una vida de decepciones, olvidos y penurias. Llevaba un maquillaje de brillantes colores, como cualquier otro payaso, y en su mejilla izquierda, también dibujada, había una lágrima. Él era uno de esos payasos con un ojo verde y otro azul, con una estrella de cinco puntas en uno y una línea vertical en el otro. Sus labios, rosados, perfilados en negro, parecían ser empujados por las comisuras hacia el suelo. Arrastraba sus grandes zapatos, con los que a menudo tropezaba, que le otorgaban un aire torpe y, si no fuera por su expresión, hasta casi divertido.
(Camina por el escenario, se acerca a una chiquilla, la malabarista torpe)
Llevaba un exótico y holgado vestido rosa, muy parecido al de las danzarinas orientales, que ondeaba con cada movimiento de la malabarista. Las bolas pasaban de una mano a otra con rapidez, se caían al suelo, y más veloces que el ojo del espectador, volvían a sus manos. Y se repetía la escena. Hacía poses, cruzando las piernas, realizando suculentas reverencias al público, y siempre, siempre sonreía.
El payaso, con sus aires sombríos y labios torcidos hacia abajo, se acerca a ella.
Le habla, tristón, le pide algo, y ella sonriente, le da la espalda, y sigue a lo suyo. El payaso vuelve a intentarlo. Como si no lo escuchara, la malabarista termina su espectáculo y se inclina hacia las gradas. El payaso solloza, y se aleja de ella.
(Se aleja de la malabarista y camina por el escenario, hasta encontrarse con un par muchachas, las acróbatas)
Vestidas con pantalones rayados negros y camisetas también oscuras, las acróbatas daban en parejas todo tipo de saltos y giros imposibles, causando exclamaciones entre los que observaban. Reían a carcajadas, sonidos felices que se contagiaban como fuego entre todos los presentes. Bueno, todos, menos uno. Nuestro payaso, alicaído, se acera a ellas. Les habla, gesticulando mucho, pero ellas parecen no verlo. Siguen saltando, una sobre los hombros de la otra, haciendo el pino, el puente y todo tipo de figuras. El payaso, cansado desiste, y se va.
(Se sitúa en el centro del escenario, de modo que la malabarista queda a su espalda y las acróbatas se mueven en línea horizontal en frente de él, haciendo piruetas y cabriolas)
De piernas cruzadas, y  su espalda teniendo convulsiones, parece llorar
(La malabarista, como de costumbre, falla, pero esta vez una de las bolas  con las que jugaba rueda hasta golpear levemente al payaso en una pierna. Sobresaltado, deja de llorar y coge el objeto)
¿No bastaba con ignorarlo que ahora también le tiraban objetos? Miraba con curiosidad la esfera cuando alguien le dio unos toquecitos en el hombro. El payaso se giró, y vio a la muchacha vestida con prendas rosas, que sonriente le pedía la bola. Ante lo extraño y novedoso de la situación, el payaso no le tiende el objeto, y la malabarista, con aire distraído, pero sonriente se sienta a su lado. Le mira y entonces sí, el payaso entiende lo que le está pidiendo y estira el brazo.
Totalmente por sorpresa, ella le aparta el brazo de un empellón y lo abraza
El payaso no puede evitar sonreír
(Se cierra el telón)
(Finaliza el primer acto)
Omar García (Galicia)

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