miércoles, 15 de julio de 2015

Lo que me quitó el otoño

Porque en otoño los frutos desaparecen, y ya no queda nada.


Y ella era ácida, como una manzana temprana.
Al principio incluso, un poco amarga, parecida a una rodaja de limón
No negaré que también fue dulce, como una caña de azúcar,
cuando se ruborizaba y tornaba roja como las fresas.
Igual que las moras ella pinchaba si te acercabas demasiado,
y como una baya del bosque era capaz de envenenarte, incluso con su aspecto inocente y deslumbrante.
Era también hermosa y desconocida como la fruta del dragón, y como ya he dicho antes, igual de peligrosa.
Era caliente como el chocolate que viene del grano de cacao,
y excitante como la bebida preparada con el grano del café.
Tenía la piel suave como el melocotón, y oscura como la aceituna.
Conseguía emborracharme con las uvas de su pelo, y solía perderme en sus ojos verdes como el kiwi.
Sus pendientes, colgaban igual que cerezas maduras del árbol de la sakura, amenazando con caer de un momento a otro.
Bailaba salsa como el guacamole, haciéndome quedar como un simple aguacate.
Tenía cientos de ideas y proyectos agrupados y agobiados, cualquiera confundiría su cabeza con una granada.
Decía que le gustaba el mar porque era del tono azul de los arándanos, y amaba cada ola y su espuma blanca hecha con leche de coco.
Adoraba el sol, que en verano es bastante naranja, y ponerse aún más morena.
Me hizo ver más allá, como si fuera una zanahoria,
y me dio energía y ganas de volar como una jugosa sandía bajo el sol de verano.
Y aunque me encontré muchas pepitas,
y aunque para encontrar su corazón tuve que ir capa por capa como si fuera una cebolla,
descubrí que más tierna era cuanto más la probaba,
más almibarada cuanto más la recordaba,
y más inusitada cuanto más lo pensaba.


Pero porque en otoño los frutos desaparecen, ya no queda nada.
Y todo perdí, por no saber recuperarla.


Omar García

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